Nobody knows no sale de esta temática, relatando la vida de 4 hermanos en un pequeño departamento en Tokio. Nadie sabe que ellos viven ahí con su madre. Hijos de padres diferentes, no comparten familiares ni amigos, no van al colegio, no conocen a sus vecinos, solo viven en armonía dentro de una burbuja creada por su madre, quien es el único sustento psicológico y económico de los niños. Ella establece las reglas de su mundo, y provee las herramientas para vivir en él. Pronto la madre comienza a alejarse del núcleo familiar, hasta desaparecer por completo, dejando a cargo al mayor de sus hijos, que tiene apenas 11 años. Hirokazu Koreeda logra captar el equilibrio formado por los niños y el adulto, la importancia de su relación y cómo ese equilibrio se derrumba cuando el adulto deja de cumplir su rol.
Centrándose en las virtudes de la niñez, en la poesía de crecer y madurar, el director filmó a sus jóvenes actores en orden cronológico para hacer de ellos mismos, los personajes de su película. Este proceso de filmación logra borrar los límites de realidad y ficción, cuando la historia que intenta contar, se encuentra también dentro de ese límite indefinido.
Koreeda comenzó a escribir el guión en 1988, movilizado por un caso similar al de la historia en su película, de 4 niños abandonados en Tokio, que ni siquiera habían sido registrados al nacer, por lo que nadie sabía de su existencia. Tardó años en concretar el guión hasta que, al terminarlo, llegó a preguntarse si la historia seguiría estando vigente, habiendo pasado 16 años desde el hecho real.
Es evidente que su conclusión fue que su historia seguía siendo de interés social en la actualidad, porque en el 2004 se estrenó finalmente "Nobody Knows".
Una poética y trágica historia, musicalizada por el famoso dúo de guitarristas Gontiti, que insertan en sus canciones un ukelele, para favorecer a la atmósfera del universo infantil, que con tanta ternura y cariño retrata Koreeda.
Nobody Knows nos congela frente a la pantalla con sus planos cargados de hermosa fotografía sencilla y cariñosa, y con ese ritmo lento e hipnotizante que produce observar cada detalle de esta historia. Los objetos, los gestos de los chicos, los sonidos, los ruidos en el departamento, el aislamiento, la luz que se cuela por la ventana casi como si intentara tentar a los chicos a salir, a desafiar la regla de permanecer puertas adentro impuesta por la madre. La realidad externa que llama, los chicos que crecen a cada minuto, la tragedia tangible al borde de cada escena, pero estática e inocentemente bella, como la niñez.
La historia transcurre a lo largo de cada estación del año, estableciendo cambios entre ellas, evolución en los personajes, y acontecimientos determinantes en el desarrollo de la trama. Otoño, Invierno, Primavera y Verano. Creando así un paralelismo entre los ciclos de la naturaleza y los que atravesamos todos al madurar. El tiempo, lineal, como cada año. Hay un equilibrio en la vida que no debería romperse, y las consecuencias de esa ruptura, son tal vez las que se relatan en esta suerte de pintura cinematográfica.
Puedo visualizar las pinceladas finas y la mano delicada con que fue concebida.
Fiel a su mirada oriental, Koreeda logra retratar tanto los aspectos negativos como los positivos de este suceso, cuestinonándose si en realidad había sido solo una tragedia la experiencia de esos niños en 1988. Consciente de los matices de todas las experiencias que podemos tener en vida, la relatividad de nuestras vivencias, la dualidad de todo lo existente en el universo. La película describe, sin quererlo, los principios del yin y el yang, tanto dentro de la pantalla como en las reacciones que despierta en el espectador. El equilibrio que capta nuestra atención al comienzo, (hermosa familia que convive armoniosamente en un mundo propio y acogedor) es lo opuesto a la tragedia que nos mantiene atrapados hasta el final, al borde de las lágrimas, aunque mantiene su cualidad de equilibrio: el desastre se produce naturalmente como si hubiera cambiado de rumbo pero mantenido la coherencia. Koreeda despliega un lenguaje poético que no hace diferencia entre lo malo y lo bueno, todo es bello, todo es puro, todo es naturaleza.
[Pony-Puntaje> 8]
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